El niño que no existía (2º parte)
El verano terminó y la pequeña Elisa tuvo que volver a la ciudad, al pequeño
apartamento en el que vivían, al colegio, a las clases de inglés y de música, a
la rutina. A la típica vida de niña de ciudad de clase media-alta. Más llena de
comodidades que de otra cosa.
Mientras, Dani se quedaría en ese pueblito llevando una vida dura y salvaje,
en la que básicamente, estaba sólo siempre en el campo rodeado de animales o de
los extraños que pasaban por allí. Aquellos extraños siempre le enseñaban
cosas, algunas buena otras malas y otras peores, pero él siempre escuchaba
atento. Había aprendido pronto, que algunos de estos personajes podían ser
violentos si no se era obediente.
Una vez, cuando tenía 5 años, un señor, al que llamaban “Cabrero” pasó allí unos días y le enseñó
a cazar conejos con cepo. Se tiró tres días llorando, al llegar al primer cepo,
el conejo aún no había muerto y le obligaron a hacerlo. Al negarse, “Cabrero” le dio dos tortas en la cara,
le dijo que era un blandengue y un llorica maricón; así no se comportaban los
hombres de campo. Lo peor no fue eso, sino que su propia madre, en vez de
defenderlo le daba la razón al “Cabrero”
y ella le pegó otra vez, esta vez en el culo y le obligó a limpiar las presas
capturadas, lo que, encima, le hizo vomitar.
Lolaloca nunca se preocupó por él lo más mínimo. Cuando era un bebé lo
dejaba en la cuna todo el día sólo, únicamente lo alimentaba y, de cuando en
cuando, lo limpiaba, nunca jugó con él ni le dio ni una muestra de cariño. Dani
no extrañaba otro tipo de relación madre-hijo, simplemente era la realidad que
él conocía.
No tenía una buena alimentación y desconocía qué era un médico. Cuando
enfermaba su madre le daba hierbas y mejunjes, que a veces le hacían
encontrarse peor.
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