El niño que no existía (1º parte)

Eran las 17:08 de un miércoles cualquiera de julio cuando, a pesar del calor intenso y sofocante, la pequeña Elisa decidió salir a explorar por el campo cercano a su casa, del pequeñísimo pueblo donde pasaban los veranos. No conocían a muchas personas todavía, ya que apenas hacía tres años que sus padres compraron aquella casa y, únicamente, iban unas semanas en verano. El primer año, recuerda, que no pudieron estar más de dos días, la casa estaba mucho peor que lo que había dicho la señora de la inmobiliaria y hubo que hacerle muchas reformas hasta hacerla habitable. Era una casa pequeña, de tan sólo dos habitaciones, una salita-comedor, una cocina y un baño completo, pero tenía un enorme patio, con un  muro alto y gris lleno de macetas colgadas, que daba directo al campo por una puerta trasera de chapa, pintada de blanco brillante.
Allí salió, en silencio, mientras sus padres dormían una siesta. Era todo tan hermoso: el cielo azul intenso, los árboles, la hierba, el viejo camino de tierra... nada que ver con el "gris contaminación" predominante en la ciudad. Se puso a caminar por el camino dirección al arroyo cercano cuando vio a otro niño sentado en un tronco caído. Al ver que sería de su edad, unos 8 o 9 años, y que estaba solo, se acercó.

- Hola, soy Elisa. En verano vivo en esa casa de ahí, la pequeña y gris, la última de la calle. ¿Cómo te llamas? ¿Eres del pueblo?

Al principio el niño solo la miraba, con cara de sorprendido. No se esperaba a nadie por allí y menos a una niña y, aún menos, que ésta le hablara. Tras un larguísimo minuto se atrevió a dar una tímida contestación:

- Soy Dani y, sí, soy de aquí.
- Voy al arroyo, ¿me acompañas? aún no conozco bien este sitio y no quiero perderme.
- Vale. Sigamos el camino.

Desde aquel día, Dani se pasaba a por Elisa a la misma hora, cuando todos dormían la siesta. Por curioso que pueda parecer, nadie en el pueblo sabía que se conocían, es más, ni siquiera sabían quién era Dani. Oficialmente, en aquel pueblito de 45 habitantes, la única niña era Elisa y, claro, solo iba en verano. Y dado que Elisa bajaba al arroyo sin que nadie se enterase, pues no le había dicho a nadie que conocía a aquel niño, era su secreto.

***

El pequeño Dani era hijo de Lolaloca, una señora que vivía en una cabaña en medio del monte, ella sola con dos viejos, que parecían sus padres pero que no lo eran. Nadie sabía quienes eran aquellos dos ancianos, solo que ella los cuidaba. También era un misterio de qué vivía aquella extraña familia, que no bajan al pueblo ni a por comida ni a por ningún otro tipo de suministros. No estaba claro, siquiera, si tenían luz y agua corriente. Y, lo más extraño de todo, nunca veían a nadie subir allí.

Lo que se desconocía en el pueblo, hasta por los más mayores, era que la cabaña de Lolaloca tenía un viejísimo camino trasero, que atravesaba el bosque. Por allí, gente venía cada día a esa casa, a cualquier hora del día o la noche. Algunos se quedaban temporadas, otros iban cada cierto tiempo un rato y, otros, iban y no se volvía a saber de ellos.

En el pueblo todo el mundo le tenía miedo.


Comentarios

Lo más leído

El espejo

La comida de empresa