La habitación de los espejos
Por fin llegó el día en el que Carlos y Estrella se mudarían a su nueva casa. Y menuda casa, un palacete en medio de una finca de olivos inmensa. Construida en el siglo XVIII, hacía más de 50 años que nadie la compraba o vivía allí. No comprendían el por qué, aquella inmensa casa era preciosa, espaciosa y con mucha luz. Y qué decir del paisaje circundante... un inmenso olivar, tan solo cortado por el único camino de entrada.
La reforma había durado más de lo esperado, casi un año. Resulta que una casa de esas características hay que hacer restauraciones de todo lo que es la fachada y eso es un trabajo delicado que lleva su tiempo. Cambiar por completo las instalaciones de electricidad y agua fue pan comido, en comparación.
Los primeros días todo fue un abrir cajas y clasificar pertenencias. Casi sin tiempo para explorar su propia casa. Por fin, tras una semana se habilitar las estancias que iban a ser ocupadas de forma inmediata y continuada, se pusieron a explorar las "otras habitaciones", esas cuya reforma se había dejado para más adelante. Tras explorar los cuatro cuartos y pensar en ideas descabelladas para utilizarlas (como una piscina interior en un segundo piso), encontraron una cosa curiosa. En la repisa de una chimenea había una figura de una dama que no podía ser retirada, tras mucho probar, la giraron y una pared se abrió. Tras de ella una estancia circular, de espejos, con una mesa en medio, apareció ante ellos. Con toda la curiosidad del mundo entraron a mirar. Extraños grabados en los márgenes de los espejos le daba un aspecto muy logiático. Lo más extraño de todo era la mesa, con forma de estrella de ocho puntas, perfectamente colocada en el centro de la estancia, también era un espejo. Aquel cuarto tan raro les pareció tan siniestro que decidieron cerrarlo y no entrar más. No tuvieron ningún problema en tapiarlo, al fin y al cabo, ni siquiera salía en los planos oficiales del edificio.
Pasaron unos meses cuando, de pronto un día que Carlos había tenido que ir a un viaje de trabajo y Estrella tuvo que pasar unas noches sola en la finca. Al principio estuvo un poco preocupada por estar sola durante una semana en aquella casa enorme y aislada, pero las constantes llamadas telefónicas de Carlos la tranquilizaron. El primer día todo fue bien, bajó al pueblo a por alimentos y para hacer unos trámites administrativos con el abogado. Al llegar la noche, se sintió un poco asustada y decidió meter en casa uno de los perros del pastor, un mastín enorme que sólo asustaba a los desconocidos. Lo dejó durmiendo en la entrada principal y se fue a la cama, en el piso de arriba. Sobre las tres de la madrugada un grito la despertó, el perro ladraba como loco. Bajó muy asustada; el perro se calmó según la vio y, juntos, exploraron la casa. No encontraron nada. Allí no había nadie más. Esta vez se subió el perro con ella y lo metió en la habitación para que durmiera a los pies de la cama. Su compañía la hacía sentirse algo más segura.
Durante los días siguientes, Estrella y Curro (su nuevo amigo peludo) se volvieron inseparables. Pasaban tanto tiempo como podían fuera de aquella siniestra casa. Lo peor eran las noches, cuando no paraban se escuchar ruidos, golpes y puertas que se abrían y cerraban; luces que se encendían y apagaban solas, incluso la televisión del piso de abajo se puso una noche. cuando Estrella se lo contaba a Carlos por teléfono este pensaba que exageraba o que eran imaginaciones suyas.
Por fin llegó el día en que Carlos volvía a casa, pero una enorme tormenta hizo que se cancelara su vuelo y tuviera que hacer noche fuera otro día más. El tiempo era tan malo que no funcionaban ni los teléfonos, ni fijos ni móviles. Aquella noche no pudo hablar con Estrella. No le preocupó. Todo aquello era producto de la imaginación de Estrella, serían los ruidos de la casa asentando todo lo hecho en la obra, que no había sido poco. En fin, mañana estaría en casa y toda esa tontería pasaría.
Carlos llegó por al final de la tarde, cuando empezaba a anochecer. Los negros nubarrones se veían imponentes con los últimos rayos del Sol. Todo estaba inquietamente tranquilo. No se escuchaba ni el canto de los pájaros, supuso que sería por la inminente tormenta. Entró y se puso a llamar a Estrella. Nadie contestaba. Llamó al perro. Tampoco hubo respuesta. Empezó a sentirse inquieto y se puso a ir por todas las habitaciones buscando. Finalmente tuvo una oscura certeza y fue corriendo a la habitación de los espejos. Ya no estaba tapiada, los ladrillos estaban tirados por el suelo de madera pero la pared estaba cerrada. Muy lentamente giró la figura y la pared se fue retirando. Allí en medio del espejo central, sobre la mesa estaban los zapatos de Estrella, puestos boca abajo, con los tacones mirando al techo.
La reforma había durado más de lo esperado, casi un año. Resulta que una casa de esas características hay que hacer restauraciones de todo lo que es la fachada y eso es un trabajo delicado que lleva su tiempo. Cambiar por completo las instalaciones de electricidad y agua fue pan comido, en comparación.
Los primeros días todo fue un abrir cajas y clasificar pertenencias. Casi sin tiempo para explorar su propia casa. Por fin, tras una semana se habilitar las estancias que iban a ser ocupadas de forma inmediata y continuada, se pusieron a explorar las "otras habitaciones", esas cuya reforma se había dejado para más adelante. Tras explorar los cuatro cuartos y pensar en ideas descabelladas para utilizarlas (como una piscina interior en un segundo piso), encontraron una cosa curiosa. En la repisa de una chimenea había una figura de una dama que no podía ser retirada, tras mucho probar, la giraron y una pared se abrió. Tras de ella una estancia circular, de espejos, con una mesa en medio, apareció ante ellos. Con toda la curiosidad del mundo entraron a mirar. Extraños grabados en los márgenes de los espejos le daba un aspecto muy logiático. Lo más extraño de todo era la mesa, con forma de estrella de ocho puntas, perfectamente colocada en el centro de la estancia, también era un espejo. Aquel cuarto tan raro les pareció tan siniestro que decidieron cerrarlo y no entrar más. No tuvieron ningún problema en tapiarlo, al fin y al cabo, ni siquiera salía en los planos oficiales del edificio.
Pasaron unos meses cuando, de pronto un día que Carlos había tenido que ir a un viaje de trabajo y Estrella tuvo que pasar unas noches sola en la finca. Al principio estuvo un poco preocupada por estar sola durante una semana en aquella casa enorme y aislada, pero las constantes llamadas telefónicas de Carlos la tranquilizaron. El primer día todo fue bien, bajó al pueblo a por alimentos y para hacer unos trámites administrativos con el abogado. Al llegar la noche, se sintió un poco asustada y decidió meter en casa uno de los perros del pastor, un mastín enorme que sólo asustaba a los desconocidos. Lo dejó durmiendo en la entrada principal y se fue a la cama, en el piso de arriba. Sobre las tres de la madrugada un grito la despertó, el perro ladraba como loco. Bajó muy asustada; el perro se calmó según la vio y, juntos, exploraron la casa. No encontraron nada. Allí no había nadie más. Esta vez se subió el perro con ella y lo metió en la habitación para que durmiera a los pies de la cama. Su compañía la hacía sentirse algo más segura.
Durante los días siguientes, Estrella y Curro (su nuevo amigo peludo) se volvieron inseparables. Pasaban tanto tiempo como podían fuera de aquella siniestra casa. Lo peor eran las noches, cuando no paraban se escuchar ruidos, golpes y puertas que se abrían y cerraban; luces que se encendían y apagaban solas, incluso la televisión del piso de abajo se puso una noche. cuando Estrella se lo contaba a Carlos por teléfono este pensaba que exageraba o que eran imaginaciones suyas.
Por fin llegó el día en que Carlos volvía a casa, pero una enorme tormenta hizo que se cancelara su vuelo y tuviera que hacer noche fuera otro día más. El tiempo era tan malo que no funcionaban ni los teléfonos, ni fijos ni móviles. Aquella noche no pudo hablar con Estrella. No le preocupó. Todo aquello era producto de la imaginación de Estrella, serían los ruidos de la casa asentando todo lo hecho en la obra, que no había sido poco. En fin, mañana estaría en casa y toda esa tontería pasaría.
Carlos llegó por al final de la tarde, cuando empezaba a anochecer. Los negros nubarrones se veían imponentes con los últimos rayos del Sol. Todo estaba inquietamente tranquilo. No se escuchaba ni el canto de los pájaros, supuso que sería por la inminente tormenta. Entró y se puso a llamar a Estrella. Nadie contestaba. Llamó al perro. Tampoco hubo respuesta. Empezó a sentirse inquieto y se puso a ir por todas las habitaciones buscando. Finalmente tuvo una oscura certeza y fue corriendo a la habitación de los espejos. Ya no estaba tapiada, los ladrillos estaban tirados por el suelo de madera pero la pared estaba cerrada. Muy lentamente giró la figura y la pared se fue retirando. Allí en medio del espejo central, sobre la mesa estaban los zapatos de Estrella, puestos boca abajo, con los tacones mirando al techo.
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