Voyeur
Cuando decidió irse a vivir del pueblo a la gran ciudad estaba a punto de descubrirse. Su obsesión iba a más y ya no podía controlarse. Debía hacerlo cada noche, no importaba a quien - hombre o mujer - siempre que hiciera algo interesante, algo nuevo e inesperado, lo de siempre ya le aburría. Necesitaba estímulos nuevos, caras nuevas, cuerpos nuevos en nuevas casas y en nuevos cuartos. La gran ciudad le brindaba esa oportunidad, miles de personas bajo su lente. Todos ellos desconocidos para los que su presencia era invisible e inexistente.
Por supuesto, se compró un ático, de esos que parecen una casita ajardinada en lo alto de un edificio muy alto. Tenía vistas a todas partes: al parque de enfrente, a los bloques de apartamentos que había detrás -y estaban plagados de gente, gente desconocida e interesante -, a las oficinas que se encontraban a la izquierda de su bloque y, el más interesante de todos, al Gran Hotel Central. Los hoteles le gustaban, cosas interesantes pasaban en los hoteles todos los días, la gente se desinhibe cuando no tiene que limpiar lo que ensuncia o no hay nadie conocido a kilómetros alrededor.
Sentía que la suerte le acompañaba, su trabajo estaba muy bien pagado y le permitía trabajar desde casa a cualquier hora, la programación informática en sistemas de seguridad era lo que tenía: mucha libertad. Luego estaba el poder tener o fabricarse cámaras y sistemas de vigilancia indetectables por nadie.
El primer mes se dedicó a estudiar su nuevo entorno: mejores vistas, puntos ciegos, escondites, posibles localizaciones para sus cámaras, etc. Hacía salidas a diferentes horas, observaba los horarios de los comercios y oficinas, sus trabajadores, repartidores, etc., quería saber qué y cuándo pasaba lo cotidiano en aquel lugar para luego ir viendo lo demás. Pronto empezó a quedarse con los "quién" eran los protagonistas hasta que por fin allí estaba, la persona a la que andaba buscando.
Esta vez era una mujer de unos 30 años, morena, normal, la típica vecina de cualquiera, la había visto cuando fue a inspeccionar la fauna del sex-shop de la esquina comprando un látigo, ropa de látex, unas esposas peludas y un par de cintas de raso. No podía haber tenido más suerte, nunca había visto nada así. La gente del pueblo era muy sosa y poco imaginativa, salvo el carnicero, lo suyo le pareció simplemente increíble, casi le pillaron aquella vez, por el sobresalto.
En cuanto tomó la decisión empezó a prepararlo todo para empezar a observar. La siguió hasta su portal y fingió que iba a ver a un amigo que vivía en la última planta, de este modo pudo averiguar en qué bloque y planta vivía. Cómo parte de una conversación informal sobre las bonitas vistas de la ciudad, descubrió que efectivamente su casa daba al lado correcto. Al llegar a la última planta esperó unos minutos, como si efectivamente, hubiera llamado a la puerta de alguien que no está, bajó y se fue a su casa.
Preparó todo el material, su potente telescopio estaba conectado al ordenador, de modo que podía verlo todo sin asomarse a la ventana, y además grabarlo para volver a revivirlo. Desde fuera solo parecía un telescopio solitario en una terraza, nadie podía ver a nadie mirando o haciendo nada raro.
Por fin, localizó la ventana de la mujer, que ya estaba a vestida con aquel traje de látex tan ceñido y minúsculo. Le encantaron sus botas altas de plataformas...disfrutaba con lo que veía cuando llamaron a la puerta y ella desapareció de su vista por un instante. Pronto apareció acompañada de un hombre, que le dió un fajo grande de billetes, claro, ahora todo tenía sentido, era una dominatrix atendiendo a un cliente en su casa...
Sin duda, mudarse fue la mejor decisión que, como voyeur, había tomado nunca.
Por supuesto, se compró un ático, de esos que parecen una casita ajardinada en lo alto de un edificio muy alto. Tenía vistas a todas partes: al parque de enfrente, a los bloques de apartamentos que había detrás -y estaban plagados de gente, gente desconocida e interesante -, a las oficinas que se encontraban a la izquierda de su bloque y, el más interesante de todos, al Gran Hotel Central. Los hoteles le gustaban, cosas interesantes pasaban en los hoteles todos los días, la gente se desinhibe cuando no tiene que limpiar lo que ensuncia o no hay nadie conocido a kilómetros alrededor.
Sentía que la suerte le acompañaba, su trabajo estaba muy bien pagado y le permitía trabajar desde casa a cualquier hora, la programación informática en sistemas de seguridad era lo que tenía: mucha libertad. Luego estaba el poder tener o fabricarse cámaras y sistemas de vigilancia indetectables por nadie.
El primer mes se dedicó a estudiar su nuevo entorno: mejores vistas, puntos ciegos, escondites, posibles localizaciones para sus cámaras, etc. Hacía salidas a diferentes horas, observaba los horarios de los comercios y oficinas, sus trabajadores, repartidores, etc., quería saber qué y cuándo pasaba lo cotidiano en aquel lugar para luego ir viendo lo demás. Pronto empezó a quedarse con los "quién" eran los protagonistas hasta que por fin allí estaba, la persona a la que andaba buscando.
Esta vez era una mujer de unos 30 años, morena, normal, la típica vecina de cualquiera, la había visto cuando fue a inspeccionar la fauna del sex-shop de la esquina comprando un látigo, ropa de látex, unas esposas peludas y un par de cintas de raso. No podía haber tenido más suerte, nunca había visto nada así. La gente del pueblo era muy sosa y poco imaginativa, salvo el carnicero, lo suyo le pareció simplemente increíble, casi le pillaron aquella vez, por el sobresalto.
En cuanto tomó la decisión empezó a prepararlo todo para empezar a observar. La siguió hasta su portal y fingió que iba a ver a un amigo que vivía en la última planta, de este modo pudo averiguar en qué bloque y planta vivía. Cómo parte de una conversación informal sobre las bonitas vistas de la ciudad, descubrió que efectivamente su casa daba al lado correcto. Al llegar a la última planta esperó unos minutos, como si efectivamente, hubiera llamado a la puerta de alguien que no está, bajó y se fue a su casa.
Preparó todo el material, su potente telescopio estaba conectado al ordenador, de modo que podía verlo todo sin asomarse a la ventana, y además grabarlo para volver a revivirlo. Desde fuera solo parecía un telescopio solitario en una terraza, nadie podía ver a nadie mirando o haciendo nada raro.
Por fin, localizó la ventana de la mujer, que ya estaba a vestida con aquel traje de látex tan ceñido y minúsculo. Le encantaron sus botas altas de plataformas...disfrutaba con lo que veía cuando llamaron a la puerta y ella desapareció de su vista por un instante. Pronto apareció acompañada de un hombre, que le dió un fajo grande de billetes, claro, ahora todo tenía sentido, era una dominatrix atendiendo a un cliente en su casa...
Sin duda, mudarse fue la mejor decisión que, como voyeur, había tomado nunca.
Información:
Presentado al concurso semanal de la Editorial Cuatro Hojas, a través de su cuenta de Facebook.
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