Voyeur
Cuando decidió irse a vivir del pueblo a la gran ciudad estaba a punto de descubrirse. Su obsesión iba a más y ya no podía controlarse. Debía hacerlo cada noche, no importaba a quien - hombre o mujer - siempre que hiciera algo interesante, algo nuevo e inesperado, lo de siempre ya le aburría. Necesitaba estímulos nuevos, caras nuevas, cuerpos nuevos en nuevas casas y en nuevos cuartos. La gran ciudad le brindaba esa oportunidad, miles de personas bajo su lente. Todos ellos desconocidos para los que su presencia era invisible e inexistente. Por supuesto, se compró un ático, de esos que parecen una casita ajardinada en lo alto de un edificio muy alto. Tenía vistas a todas partes: al parque de enfrente, a los bloques de apartamentos que había detrás -y estaban plagados de gente, gente desconocida e interesante -, a las oficinas que se encontraban a la izquierda de su bloque y, el más interesante de todos, al Gran Hotel Central. Los hoteles le gustaban, cosas interesantes pasaban en los