El niño que no existía (1º parte)
Eran las 17:08 de un miércoles cualquiera de julio cuando, a pesar del calor intenso y sofocante, la pequeña Elisa decidió salir a explorar por el campo cercano a su casa, del pequeñísimo pueblo donde pasaban los veranos. No conocían a muchas personas todavía, ya que apenas hacía tres años que sus padres compraron aquella casa y, únicamente, iban unas semanas en verano. El primer año, recuerda, que no pudieron estar más de dos días, la casa estaba mucho peor que lo que había dicho la señora de la inmobiliaria y hubo que hacerle muchas reformas hasta hacerla habitable. Era una casa pequeña, de tan sólo dos habitaciones, una salita-comedor, una cocina y un baño completo, pero tenía un enorme patio, con un muro alto y gris lleno de macetas colgadas, que daba directo al campo por una puerta trasera de chapa, pintada de blanco brillante. Allí salió, en silencio, mientras sus padres dormían una siesta. Era todo tan hermoso: el cielo azul intenso, los árboles, la hierba, el viejo camino de